Par Espectadores.
En honor a la verdad, soy bastante escéptica en cuanto al cambio “radical” que supone el surgimiento de blogs y wikipedias alternativos a los mass-medias. Aún cuando reconozco el boom cultural provocado por este fenómeno, aún cuando disfruto de mis pequeñas bitácoras, tengo mis reparos apenas escucho hablar sobre las bondades de un sistema que aparentemente admite la publicación libre -y en muchos casos gratuita- de escritos, fotos, videos.
En otras palabras, sigo pensando que “La Información” (así, con mayúsculas) es un bien escaso, propiedad de poderosos y privilegiados, y que en cambio gran parte de lo que circula en los canales on y offline equivale a transcripción, distorsión, saturación, vorágine, rumor, ruido y -vaya paradoja- desinformación. O lo que es peor: deformación.
Pero, atención, este post no pretende abordar un tema tan complejo y discutible hasta el hartazgo. Su objetivo, mucho menos ambicioso, consiste en señalar la aparición de ooootro neologismo que se suma a la caterva de acrónimos y palabras inventadas que invaden los discursos, comentarios y reportes sobre Internet y la comunicación en la Web.
Me refiero al nuevo concepto de “pronetariado”, lanzado por los especialistas Joël de Rosnay y Carlo Revelli, autores de La révolte du pronétariat*. Publicado hace algunos meses, el libro analiza los entretelones de la “nueva lucha de clases” entre “infocapitalistas” -es decir, quienes se arrogan la propiedad de redes de producción y distribución de la información- y “pronetarios”, productores independientes de servicios y contenidos online.
Desde esta perspectiva, los ciudadanos del siglo XXI estaríamos presenciando una revolución que acortaría distancias respecto de los poderes establecidos, y que nos convertiría en protagonistas de cierta democracia “mediática”.
Ante tanto entusiasmo, no estará de más parafrasear la famosa convocatoria del Manifiesto del Partido Comunista de 1848, y exclamar a los cuatro vientos “¡Pronetarios del mundo, uníos!”. Marx y Engels, chochos, ¿no?